domingo, 21 de diciembre de 2014

Last night, última vez.

      
   Joanna es joven, mujer casada y además escritora. Pero no escribe. Joanna es feliz.
   Pienso que nunca es tarde para escribir sobre una película que te ha impactado, aunque ya hayan pasado algunos años desde su estreno. ‘Solo una noche (Last Night)’ es una de esas películas que contienen poca acción y mucho diálogo ─aunque las claves para comprender el filme sean precisamente las pequeñas y grandes acciones que llevan a cabo los personajes─. Además no es fácil adivinar el final, lo que resulta ser toda una hazaña para cualquier cinéfilo de hoy en día, una verdadera alegría. Si preguntásemos a una persona aleatoria de qué trata esta película, seguramente nos contestaría algo como “ya sabes, relaciones, amor”. Y daría en el clavo. Tres relaciones, cuatro personajes. Un matrimonio, la compañera de trabajo del marido, el antiguo amante francés de la esposa. Ah, y dos noches, no una; la última de esas noches, no cualquiera de ellas ─los matices que perdemos en la traducción, nada nuevo─.
   Keira Knightley nos deleita con una interpretación fina y exclusiva, dándole vida a un personaje complejo pero desenfadado a primera vista. Eva Mendes y Guillaume Canet tampoco nos dejan fríos. El que sí lo hace, tristemente, es Sam Worthington, con una actuación ambigua y que llega a trastocar de una forma considerable la conclusión final que nos formamos de la película.
   El filme trata la idealización; idealizamos a una compañera atractiva a la que no conocemos realmente, pues lo desconocido ─y lo arriesgado─ es dos veces atractivo. Idealizamos al chico francés con quien pasamos unas semanas hace ya años y él también nos idealiza, porque  fuimos pasado, porque fuimos efímeros; añoramos una estrella fugaz y pasamos por alto el cielo continuamente estrellado.

   ‘Last Night’ trata el deseo vacío, la añoranza de lo que nunca se tuvo en las manos, el deseo de tenerlo y por encima de ello, hacer lo correcto. ¿O lo más fácil? Son dos cosas que no se suelen confundir, pero siempre hay excepciones.



martes, 19 de agosto de 2014

Mes de las Espigas, Aranmanoth.




Este híbrido entre cuentecillo y novela bien podría haberse escrito todo él en verso y ser un poemario ejemplar, pues cada palabra y cada párrafo contienen ríos de imaginación y de belleza. Matute vuelve a demostrar su conocimiento de las pasiones y miedos humanos, y también la gran empatía que siempre ha sentido por la tierna etapa que es la infancia, y por la primera adolescencia. Todo ello queda retratado en el papel con ayuda de un pincel volátil, fresco y dorado, como las espigas del cabello de Aranmanoth. Utiliza los colores de la paleta de las fábulas, trazando así un cuento con moraleja ─para adultos se podría decir─, pero no uno cualquiera, sino uno suyo, un manantial muy cercano y real dentro de un lugar ficticio y lejano. El final de la obra deja al lector con ansias de llegar al Sur ─ese lugar que no es lugar─, aunque solo sea por un día, para después  devolvernos de un escalofrío al Norte, invierno del alma.
   Ana María Matute nos dejó este año. Nos dejó una artista increíble pero también una persona extremadamente sensible e inteligente. Debemos leer sus libros, debemos mantenerla en nuestra mente y nuestro corazón, pues mientras lo hagamos nunca se irá del todo ─ya se sabe que un escritor nunca se va si continuamos leyéndole─.
   Debemos recordar a la madre de Aranmanoth, de Gavrila y de muchos más. Debemos recordar a esta escritora, que fue niña siempre en su corazón.

miércoles, 5 de marzo de 2014

"Frankenstein" y su terrorífica pasión.



   La mayoría de las personas tenemos un par de imágenes en la cabeza que asociamos a la historia de “Frankenstein”: un hombre enorme, pálido y horrendo, un científico algo loco, un ayudante, tormentas… Antes de leer el libro, además veía esta historia con un matiz cómico, quizás influido por la maravillosa película “El Jovencito Frankenstein”, una comedia que convierte esta historia romántica y terrorífica en una comedia ingeniosa y fresca. Estuve investigando un poco, y la primera película que se hizo basada en este libro, en 1931 y dirigida por James Whale, es una adaptación de una obra de teatro en el libro original. Adaptaciones basadas en adaptaciones. Personalmente no he visto esa película, o al menos no entera, pero ya os puedo decir, dejando aparte lo magnífica que puede o no ser ─ por lo visto sí que es magnífica, tendré que verla ─, no tiene nada, absolutamente nada que ver, con el manuscrito de la señorita Shelley.

   Cuando comencé a leer el libro, estaba un poco desorientada. ¿Señora de Saville? ¿Robert Walton? ¿Quiénes eran estos personajes de los que nunca se ha hablado en ninguna representación de cualquier tipo posterior a la novela? Por supuesto, a medida que fui avanzando, mis dudas fueron disipándose y todo empezó a encajar. Pero también me preguntaba qué era lo que tenía entre mis manos. Ésa no era la historia de la cual había oído hablar tanto desde que era pequeña. Esta historia no puede ser contada a los niños pequeños, pues no entenderían la complejidad que conlleva la trama, los pensamientos de sus protagonistas…

   La novela está plagada de reflexiones sobre la condición humana, el amor, el abandono. El dolor, hay mucho dolor, descrito con minuciosidad, dolor y desesperación. La autora sabe expresar el deseo de venganza, el anhelo de cariño, es decir, las necesidades más profundas de la raza humana. Además Mary Shelley opta por poner a dos hombres como protagonistas, algo arriesgado siendo ella una mujer, pensarían muchos, y hasta yo lo pensé… pero demuestra en todo momento conocer a sus pers
onajes, darles una evolución impecable, unas personalidades logradísimas, y no, no son afeminados, para nada. La autora demuestra conocer a los hombres ─ sus mejores amigos lo fueron ─ de tal forma que si yo misma hubiera leído el libro si saber el género de su autor, habría jurado que era un hombre; y esto me parece uno de los mejores méritos de la autora, pues creo que los buenos escritores deben saber comprender siempre a las dos partes, sin ofuscarse en una o en la otra.

   La parte central y más importante del libro está narrada en primera persona por el Dr. Frankenstein y también hay algunos monólogos puestos en boca del mismo monstruo ─sí, sabe hablar y razonar, no es un zombie ─. Este es un libro de los que hacen pensar, te obliga pensar en lo que somos capaces de hacer las personas: podemos convertir a un ser puro y bello, sin otra aspiración en la vida que ser querido, en lo más cruel y despiadado del mundo, y esto sin darnos cuenta, sin pararnos a pensar en las consecuencias de lo que decimos o hacemos. En el libro está plasmado de una forma radical, pues es un monstruo de apariencia horrible al que abandonan, del que huyen, al que temen, y que al final solo quiere vengarse de la humanidad. Pero nosotros hacemos eso más veces de las que querríamos confesar, en muchas ocasiones sin querer y sin pensar. Lo hacemos nosotros, humanos, contra otros humanos. Estamos rodeados de prejuicios y estereotipos que nos cierran la mente y nos hacen separar a las personas por su apariencia, su forma de hablar o moverse, y por mil cosas más. Separamos y no les dejamos entrar. Y eso causa frustración, amargura, soledad. Si nacemos buenos, y puros, una teoría de la que no me fío del todo pero que me suele convencer, ¿por qué existen las malas personas? Algo hacemos mal. Bueno, hacemos mal muchas cosas.
  Quizá deberíamos hacer un esfuerzo y fiarnos menos de la apariencia, aunque sé que es difícil. Quizá deberíamos dedicar más tiempo a descubrir por qué solemos dejar entrar a cuerpos bonitos con almas monstruosas, arrepintiéndonos después, y por qué dejamos fuera a cuerpos extraños con almas bonitas.

martes, 21 de enero de 2014

Pérdidas



   Las personas que nunca han sufrido una pérdida real – ésas que son para siempre, que tienes la fatal seguridad de que nunca volverán -, crean el pensamiento en su cabeza, erróneo, de que lo peor de estos acontecimientos es el principio. Los primeros meses, las primeras semanas. Se hacen a la idea de que, cuando ha pasado ya un tiempo, te acostumbras y solo recuerdas los momentos felices que has pasado con la persona que se ha ido, y lo que es más, los recuerdas sin dolor. A los pocos que me leáis por aquí y que penséis así, siento deciros que estáis profundamente equivocados.   Los primeros meses no son los peores. Son lo que vienen después los más dolorosos. Cuando ya te has dado cuenta de que esa persona realmente no va a volver, no va a volver a estar, nunca. Cuando sigues con tu vida y ves que te falta algo, constantemente. Sinceramente, lo he intentado varias veces, pero no sé cómo describir esa sensación, pues es la más rara que he sentido nunca. Simplemente, los seres humanos, desde que nacemos, nos acostumbramos a una serie de cosas; a estar con unas personas, a poseer unos objetos, a tener unas necesidades y a que éstas sean cumplidas.

   ¿Qué ocurre entonces cuando algo que era sumamente importante para ti, te lo quitan para siempre? Y no estoy hablando de tener seis años y haber perdido un juguete en el parque. Hablo de poseer una conciencia formada ya al completo, y de perder a alguien, en la nada. Se podría describir como vacío, frustración, rabia, tristeza… Aunque creo que nunca lo llegamos a comprender del todo, ni a superar del todo, por ello es que, aunque suframos muchas pérdidas a lo largo de la vida, nunca nos acabamos acostumbrando a ello, y estamos destinados a sentirnos de la misma forma una y otra vez, a no aprender de la vez anterior porque, simplemente, nunca entenderemos lo que está pasando.

   “En realidad es incomprensible, porque supone tener certidumbres y eso está reñido con nuestra naturaleza: la de que alguien no va a venir más, ni a decir más, ni a dar un paso ya nunca —para acercarse ni para apartarse—, ni a mirarnos, ni a desviar la vista. No sé cómo lo resistimos, ni cómo nos recuperamos. No sé cómo nos olvidamos a ratos, cuando el tiempo ya ha pasado y nos ha alejado de ellos, que se quedaron quietos.” Fragmento de Los Enamoramientos, por Javier Marías.



Reseña a Continuidad de los Parques



COMENTARIO DE “CONTINUIDAD DE LOS PARQUES”


   Continuidad de los Parques es uno más de los admirables relatos de Julio Cortázar. Este cuento rapta al lector, desde su principio, relajado y cotidiano, hasta su inesperado final, que nos sorprende y nos pilla totalmente desprevenidos, ya que son las tres últimas líneas las que nos hacen abrir los ojos como platos, para después sonreír, ante tan corto y embaucador relato. Tendemos a pensar muchas veces, de forma casi inconsciente, que los relatos o cuentos cortos, dada su brevedad, no tienen el poder de alterarnos como lo hacen las novelas, los poemarios o las obras de teatro. Obviamente, y aquí tenemos la prueba, estamos equivocados.

   La introducción del cuento está escrita con una prosa ligera, y a mi modo de ver, con menos calidad que la prosa utilizada en el nudo y desenlace. Sin embargo, nos narra con formidable exactitud y brevedad cómo el primer personaje descrito va cayendo en la evasión de la lectura, en el placer que supone ser un mero espectador de lo ajeno, siendo así testigo de difíciles, flamantes y posiblemente incómodas historias, mientras que él permanece en la seguridad de su hogar, en su sillón, en su cotidianidad, a salvo. Cortázar conecta el realismo del sillón con la cita de los amantes —quizás— ficticia, trenzando las dos partes poco a poco, con nudos cada vez más fuertes, hasta que nosotros, lectores no ficticios, llegamos a olvidarnos del hombre del sillón que leía y fumaba. La prosa de Cortázar en esta parte del cuento se me hace más urgente pero a la vez más apasionada y fina, e induce a seguir leyendo con más avidez que al principio, pues además ya tenemos un conflicto del que queremos saber la solución.
   El último párrafo recuerda a una canción clásica, suave, piano al principio, pero que va en un imparable crescendo, hasta llegar al inmejorable final, las tres últimas increíbles líneas de este cuento. (Si nos fijamos, Cortázar nos da una importante pista temporal sobre el final antes de este último párrafo, y es que al principio del cuento nos dice que el hombre comienza a leer por la tarde, y al final de ése párrafo, antes de salir los amantes de la cabaña, escribe “empezaba a anochecer”).En esta última parte, realidad y ficción — o ficción realista y ficción fantástica, para no salirnos del relato — forman una espiral, mezclándose inevitablemente por completo, para llegar a ser una sola cosa, una ficción algo frustrante, pues no entendemos del todo cómo hemos llegado hasta aquí, pero de todas formas, incuestionable. Y así nos creemos que la mujer de la novela es la esposa o hija — a mi parecer, podría ser cualquiera de las dos cosas — del personaje que lee, y que planea con su amante el asesinato de él, y todo ello nos lo creemos, aunque sea mentira, aunque sea verdad, aunque sean las dos. Nos lo creemos, porque el escritor así lo ha querido y así lo ha logrado.

domingo, 22 de abril de 2012

Spence

Buenas! Bueno, hace algo así como 2 meses que no actualizo nada... Aunque no creo que importe, ya que muy poca gente me lee. Pero también me da igual, porque yo voy a seguir escribiendo :D
En fin, voy a aprovechar para hablar de una trilogía de libros llamada "La Academia Spence", me la leí hace unos pocos años y esta última semana me he vuelto a leer los tres libros("La Orden de la Academia Spence", "Ángeles Rebeldes" y "Dulce y lejano", por ese orden), y me gustaría hacer una reflexión sobre estos. La autora es una tal Libba Bray, neoyorquina, sin embargo esta trilogía se desarrolla en Inglaterra, a finales del siglo XIX, en la llamada época victoriana. Aparte de la fantasía, un mundo al otro lado de poderes y demás, estos libros hacen una burla a la sociedad de esa época y a sus encorsetadas costumbres y tradiciones. En concreto, la protagonista (Gemma), es bastante rebelde y tiene una manera de pensar un poco más moderna que los que la rodean. Esto es muy interesante, sí, pero a lo que yo iba es al final de la trilogía (SPOILER): durante los tres libros, la escritora deja muy claros sobre es el personaje principal los principios del feminismo, la libertad y la lucha por la igualdad. Aunque este mismo personaje mantiene una bonita y prohibida historia de amor con un joven indio (Kartik), por el cual parece que lo dejaría y lo daría todo. Sin embargo, al final del último libro, para poder salvar a su amada y que ésta sea libre, el chico muere, sacrificándose para siempre por ella. Salvo por ese "pequeño" detalle (por el cual más de una y más de dos hemos vertido algunas lagrimillas sobre sus páginas), la historia acaba bastante bien, con todo concluido y resuelto, y la protagonista, tras su presentación en sociedad (una tradición entre las clases altas de Europa de la época), decide dirigirse a Nueva York, para empezar una vida nueva y poder cuidar de sí misma, seguir estudiando en la universidad y trabajar para vivir (un escándalo entre las damas más conservadoras de entonces). En fin, que ella se va, pero sola, sin nadie, sin su amado Kartik. Y me pregunto yo ¿estará siempre sola y no se volverá a enamorar? ¿será feliz, en ese caso, siendo libre pero sin amor? ¿qué es más pesado, el éxito o el afecto? La verdad es que me preocupan bastante estas cuestiones... Yo sinceramente creo que se puede llegar a alcanzar la plenitud y la felicidad en una vida sin pareja, pero cada vez que lo pienso, dudo más...
Y bueno, quedaos con eso, y hasta otro día :)

martes, 18 de octubre de 2011

I.N.V.I.E.R.N.O.

Bueno, esto es algo que escribí el invierno pasado... y bueno, no es que me sienta o que piense realmente así ahora mismo, pero lo he encontrado, y me ha parecido buena idea publicarlo. Ahí va.

En invierno, las personas tienden a juntarse. A pasar más tiempo untas, como en el instituto, en el trabajo, o cuando sales, estás menos disperso. Muchas parejas se juntan en invierno. Muchísimas amistades se forjan en invierno. Buscan el calor de otras personas, el calor humano, para estar más a gusto por fuera.. y por dentro. Parece una tontería, pero si te paras a pensarlo, es verdad.
 La primavera altera nuestras hormonas, pero casi siempre en el sentido sexual o irascible. El verano nos hace separarnos un poco más de las personas sentimentalmente, ya que hace calor y lo que te apetece es tener más espacio, refrescarte, pasarlo bien. El otoño es una época para pensar, en la que no estás ni muy allí ni muy aquí. Es una época más calmada...
Pero el invierno es una estación complicada. Las personas se unen, se hacen más fuertes, se acercan y se apoyan más unas a otras. Se aman más. Encuentras a esa persona. Entonces tú notas que desprende un calor interior que a ti te parece especial. Si esa persona se da cuenta de que tú también posees ese calor, tienes mucha suerte. Si la otra persona no encuentra esa chispa especial en ti, lo único que queda es encoger los hombros, olvidarlo lo más rápido posible, porque sino esa luz, ese calor interior que llevas en lo más profundo de ti, puede amenazar con apagarse.
Pero lo peor es cuando eres una de esas personas que no tienen ese calor. Cuando careces de esa luz interior. Cuando te empiezan a dar igual todas esas cosas, cuando empiezas a coger asco a la Navidad, a sus lucecitas y adornos de colores, cuando una canción suave de amor que antes te encantaba, ya no puedes escucharla ni cinco segundos. Cuando ves esa película con la que antes llorabas de alegría, y ahora lloras de envidia.
Cuando eres una de esas personas que no llevan una llama de calor en su interior, sino que llevan el mismo invierno que se siente en el exterior. El mismo invierno que te congela las manos y los dedos de los pies. El mismo invierno por el cual algunas personas llegan a buscar calor en ti, pero solo encuentran frío. Ese frío que te puede llegar a aniquilar poco a poco. El mismo frío que hiela los parabrisas de los coches. El mismo frío que te puede helar el corazón.