martes, 19 de agosto de 2014

Mes de las Espigas, Aranmanoth.




Este híbrido entre cuentecillo y novela bien podría haberse escrito todo él en verso y ser un poemario ejemplar, pues cada palabra y cada párrafo contienen ríos de imaginación y de belleza. Matute vuelve a demostrar su conocimiento de las pasiones y miedos humanos, y también la gran empatía que siempre ha sentido por la tierna etapa que es la infancia, y por la primera adolescencia. Todo ello queda retratado en el papel con ayuda de un pincel volátil, fresco y dorado, como las espigas del cabello de Aranmanoth. Utiliza los colores de la paleta de las fábulas, trazando así un cuento con moraleja ─para adultos se podría decir─, pero no uno cualquiera, sino uno suyo, un manantial muy cercano y real dentro de un lugar ficticio y lejano. El final de la obra deja al lector con ansias de llegar al Sur ─ese lugar que no es lugar─, aunque solo sea por un día, para después  devolvernos de un escalofrío al Norte, invierno del alma.
   Ana María Matute nos dejó este año. Nos dejó una artista increíble pero también una persona extremadamente sensible e inteligente. Debemos leer sus libros, debemos mantenerla en nuestra mente y nuestro corazón, pues mientras lo hagamos nunca se irá del todo ─ya se sabe que un escritor nunca se va si continuamos leyéndole─.
   Debemos recordar a la madre de Aranmanoth, de Gavrila y de muchos más. Debemos recordar a esta escritora, que fue niña siempre en su corazón.