miércoles, 5 de marzo de 2014

"Frankenstein" y su terrorífica pasión.



   La mayoría de las personas tenemos un par de imágenes en la cabeza que asociamos a la historia de “Frankenstein”: un hombre enorme, pálido y horrendo, un científico algo loco, un ayudante, tormentas… Antes de leer el libro, además veía esta historia con un matiz cómico, quizás influido por la maravillosa película “El Jovencito Frankenstein”, una comedia que convierte esta historia romántica y terrorífica en una comedia ingeniosa y fresca. Estuve investigando un poco, y la primera película que se hizo basada en este libro, en 1931 y dirigida por James Whale, es una adaptación de una obra de teatro en el libro original. Adaptaciones basadas en adaptaciones. Personalmente no he visto esa película, o al menos no entera, pero ya os puedo decir, dejando aparte lo magnífica que puede o no ser ─ por lo visto sí que es magnífica, tendré que verla ─, no tiene nada, absolutamente nada que ver, con el manuscrito de la señorita Shelley.

   Cuando comencé a leer el libro, estaba un poco desorientada. ¿Señora de Saville? ¿Robert Walton? ¿Quiénes eran estos personajes de los que nunca se ha hablado en ninguna representación de cualquier tipo posterior a la novela? Por supuesto, a medida que fui avanzando, mis dudas fueron disipándose y todo empezó a encajar. Pero también me preguntaba qué era lo que tenía entre mis manos. Ésa no era la historia de la cual había oído hablar tanto desde que era pequeña. Esta historia no puede ser contada a los niños pequeños, pues no entenderían la complejidad que conlleva la trama, los pensamientos de sus protagonistas…

   La novela está plagada de reflexiones sobre la condición humana, el amor, el abandono. El dolor, hay mucho dolor, descrito con minuciosidad, dolor y desesperación. La autora sabe expresar el deseo de venganza, el anhelo de cariño, es decir, las necesidades más profundas de la raza humana. Además Mary Shelley opta por poner a dos hombres como protagonistas, algo arriesgado siendo ella una mujer, pensarían muchos, y hasta yo lo pensé… pero demuestra en todo momento conocer a sus pers
onajes, darles una evolución impecable, unas personalidades logradísimas, y no, no son afeminados, para nada. La autora demuestra conocer a los hombres ─ sus mejores amigos lo fueron ─ de tal forma que si yo misma hubiera leído el libro si saber el género de su autor, habría jurado que era un hombre; y esto me parece uno de los mejores méritos de la autora, pues creo que los buenos escritores deben saber comprender siempre a las dos partes, sin ofuscarse en una o en la otra.

   La parte central y más importante del libro está narrada en primera persona por el Dr. Frankenstein y también hay algunos monólogos puestos en boca del mismo monstruo ─sí, sabe hablar y razonar, no es un zombie ─. Este es un libro de los que hacen pensar, te obliga pensar en lo que somos capaces de hacer las personas: podemos convertir a un ser puro y bello, sin otra aspiración en la vida que ser querido, en lo más cruel y despiadado del mundo, y esto sin darnos cuenta, sin pararnos a pensar en las consecuencias de lo que decimos o hacemos. En el libro está plasmado de una forma radical, pues es un monstruo de apariencia horrible al que abandonan, del que huyen, al que temen, y que al final solo quiere vengarse de la humanidad. Pero nosotros hacemos eso más veces de las que querríamos confesar, en muchas ocasiones sin querer y sin pensar. Lo hacemos nosotros, humanos, contra otros humanos. Estamos rodeados de prejuicios y estereotipos que nos cierran la mente y nos hacen separar a las personas por su apariencia, su forma de hablar o moverse, y por mil cosas más. Separamos y no les dejamos entrar. Y eso causa frustración, amargura, soledad. Si nacemos buenos, y puros, una teoría de la que no me fío del todo pero que me suele convencer, ¿por qué existen las malas personas? Algo hacemos mal. Bueno, hacemos mal muchas cosas.
  Quizá deberíamos hacer un esfuerzo y fiarnos menos de la apariencia, aunque sé que es difícil. Quizá deberíamos dedicar más tiempo a descubrir por qué solemos dejar entrar a cuerpos bonitos con almas monstruosas, arrepintiéndonos después, y por qué dejamos fuera a cuerpos extraños con almas bonitas.