martes, 21 de enero de 2014

Pérdidas



   Las personas que nunca han sufrido una pérdida real – ésas que son para siempre, que tienes la fatal seguridad de que nunca volverán -, crean el pensamiento en su cabeza, erróneo, de que lo peor de estos acontecimientos es el principio. Los primeros meses, las primeras semanas. Se hacen a la idea de que, cuando ha pasado ya un tiempo, te acostumbras y solo recuerdas los momentos felices que has pasado con la persona que se ha ido, y lo que es más, los recuerdas sin dolor. A los pocos que me leáis por aquí y que penséis así, siento deciros que estáis profundamente equivocados.   Los primeros meses no son los peores. Son lo que vienen después los más dolorosos. Cuando ya te has dado cuenta de que esa persona realmente no va a volver, no va a volver a estar, nunca. Cuando sigues con tu vida y ves que te falta algo, constantemente. Sinceramente, lo he intentado varias veces, pero no sé cómo describir esa sensación, pues es la más rara que he sentido nunca. Simplemente, los seres humanos, desde que nacemos, nos acostumbramos a una serie de cosas; a estar con unas personas, a poseer unos objetos, a tener unas necesidades y a que éstas sean cumplidas.

   ¿Qué ocurre entonces cuando algo que era sumamente importante para ti, te lo quitan para siempre? Y no estoy hablando de tener seis años y haber perdido un juguete en el parque. Hablo de poseer una conciencia formada ya al completo, y de perder a alguien, en la nada. Se podría describir como vacío, frustración, rabia, tristeza… Aunque creo que nunca lo llegamos a comprender del todo, ni a superar del todo, por ello es que, aunque suframos muchas pérdidas a lo largo de la vida, nunca nos acabamos acostumbrando a ello, y estamos destinados a sentirnos de la misma forma una y otra vez, a no aprender de la vez anterior porque, simplemente, nunca entenderemos lo que está pasando.

   “En realidad es incomprensible, porque supone tener certidumbres y eso está reñido con nuestra naturaleza: la de que alguien no va a venir más, ni a decir más, ni a dar un paso ya nunca —para acercarse ni para apartarse—, ni a mirarnos, ni a desviar la vista. No sé cómo lo resistimos, ni cómo nos recuperamos. No sé cómo nos olvidamos a ratos, cuando el tiempo ya ha pasado y nos ha alejado de ellos, que se quedaron quietos.” Fragmento de Los Enamoramientos, por Javier Marías.



Reseña a Continuidad de los Parques



COMENTARIO DE “CONTINUIDAD DE LOS PARQUES”


   Continuidad de los Parques es uno más de los admirables relatos de Julio Cortázar. Este cuento rapta al lector, desde su principio, relajado y cotidiano, hasta su inesperado final, que nos sorprende y nos pilla totalmente desprevenidos, ya que son las tres últimas líneas las que nos hacen abrir los ojos como platos, para después sonreír, ante tan corto y embaucador relato. Tendemos a pensar muchas veces, de forma casi inconsciente, que los relatos o cuentos cortos, dada su brevedad, no tienen el poder de alterarnos como lo hacen las novelas, los poemarios o las obras de teatro. Obviamente, y aquí tenemos la prueba, estamos equivocados.

   La introducción del cuento está escrita con una prosa ligera, y a mi modo de ver, con menos calidad que la prosa utilizada en el nudo y desenlace. Sin embargo, nos narra con formidable exactitud y brevedad cómo el primer personaje descrito va cayendo en la evasión de la lectura, en el placer que supone ser un mero espectador de lo ajeno, siendo así testigo de difíciles, flamantes y posiblemente incómodas historias, mientras que él permanece en la seguridad de su hogar, en su sillón, en su cotidianidad, a salvo. Cortázar conecta el realismo del sillón con la cita de los amantes —quizás— ficticia, trenzando las dos partes poco a poco, con nudos cada vez más fuertes, hasta que nosotros, lectores no ficticios, llegamos a olvidarnos del hombre del sillón que leía y fumaba. La prosa de Cortázar en esta parte del cuento se me hace más urgente pero a la vez más apasionada y fina, e induce a seguir leyendo con más avidez que al principio, pues además ya tenemos un conflicto del que queremos saber la solución.
   El último párrafo recuerda a una canción clásica, suave, piano al principio, pero que va en un imparable crescendo, hasta llegar al inmejorable final, las tres últimas increíbles líneas de este cuento. (Si nos fijamos, Cortázar nos da una importante pista temporal sobre el final antes de este último párrafo, y es que al principio del cuento nos dice que el hombre comienza a leer por la tarde, y al final de ése párrafo, antes de salir los amantes de la cabaña, escribe “empezaba a anochecer”).En esta última parte, realidad y ficción — o ficción realista y ficción fantástica, para no salirnos del relato — forman una espiral, mezclándose inevitablemente por completo, para llegar a ser una sola cosa, una ficción algo frustrante, pues no entendemos del todo cómo hemos llegado hasta aquí, pero de todas formas, incuestionable. Y así nos creemos que la mujer de la novela es la esposa o hija — a mi parecer, podría ser cualquiera de las dos cosas — del personaje que lee, y que planea con su amante el asesinato de él, y todo ello nos lo creemos, aunque sea mentira, aunque sea verdad, aunque sean las dos. Nos lo creemos, porque el escritor así lo ha querido y así lo ha logrado.